viernes, 20 de febrero de 2009

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Mi amiga y yo nos quedamos allí ocho o nueve días, hasta que llegó un camión con víveres, de un pueblo de Valencia. Los dos hombres mayores que lo traían se ofrecieron a llevar a Valencia a quien quisiera. Nuestros hermanos nos aconsejaron que nos fuéramos, y así lo hicimos, con otra mujer y sus dos hijos.
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La guerra terminó para nosotras por lo menos en primer plano. Nos acogieron en una casa en Señera, donde estuvimos hasta el final de la guerra. En el pueblo no había hombres mayores de 25 años. El cura, vestido de paisano, trabajaba en el campo, como los demás, pues casi todos tenían su casita y su huerta. Casi todos eran familiares. Aunque había algunos de derechas no se hacían diferencias. Las jóvenes nos reuníamos sin diferencia de clases. En el tiempo de las naranjas íbamos a recogerlas y después a empapelar al almacén.
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Por entonces en Señera reclutaron a la que llamaban "La quinta del biberón", porque eran todos niños. Parece que los estoy viendo, subidos a un camión y todo el pueblo llorando. No quedó más que uno que por no tener padre era el cabeza de familia. En cuanto a mí, quisieron que formara parte del Comité de los socialistas, pro no acepté.
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Al Batallón de mi hermano Rafael y de los compañeros de nuestra retirada de Málaga lo llevaron a Madrid y después a Teruel, donde pasaron un invierno terrible de grandes nevadas. En las trincheras se les helaba los pies y las manos. A mi hermano le dieron una semana e permiso para verme. Lo encontré hecho un hombre, rubio,muy guapo, con una camisa blanca y un pantalón azul. Yo lo miraba y lloraba, como si tuviera el presentimiento de que no lo iba a ver más. Poco tiempo después recibí la noticia de que había muerto de un cañonazo. Nisiquiera sé si lo pudieron enterrar.
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Franco había ordenado que todos los refugiados regresaran a sus respectivos pueblos para que fueran castigados. Los hermanos de mi amiga Acracia estaban en los frentes andaluces y vinieron a Señera. Ninguno de nosotros podía quedarse allí, aunque el pueblo nos quería. En la casa donde yo estaba había un cura escondido, pero nunca nadie dijo nada. Yo no se que rango tenía, pero no era un simple cura.
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Los hermanos de Acracia y yo tomamos en Játiva un tren que venía de Valencia. Era un tren de transporte de borregos, sin asientos. Acracia, que volvió a llamarse Teodora, se quedó en Señera, pues se había hecho novia del único muchacho que quedó y cuya madre se comprometió a responder por ella. Más tarde se casaron.
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Antes de partir, en el pueblo nos dieron lo que pudieron, pues el dinero ya no tenía valor. A mí me dieron siete u ocho pesetas de plata. El tren paraba en todas las estaciones. En el cruce de Málaga se bajaron los dos hermanos de Acracia y a ambos los apresaron y fusilaron.
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Cuando llegó el tren a Utrera, apenas puestos los pies en el suelo, se empezó a correr la voz de que había llegado la hija de "La Luna", pues sabían que estaba viva y como todos tenía que volver. Una prima mía llamada Consuelo Luna, era bastante diplomática y tenía amistades que le aconsejaron que fuera ella quien me acompañara al ayuntamiento cuando llegara a Utrera. Yo iba todo de negro, aunque los anarquistas estábamos en contra del luto. Fui directamente a casa de unos amigos y al cabo de una hora llegó mi prima. Me llevó con ella para acompañarme al día siguiente.
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Una vez en el ayuntamiento me metieron en una habitación con toda la jerarquía del pueblo. Aunque yo no tenía miedo, mi prima me había advertido una y otra vez que tuviera cuidado con lo que decía. A las preguntas yo contestaba que no me acordaba, el guardia civil al que llamaban "El Bizco" y ahora también manco, que estaba allí dijo "si se quedara esta noche aquí, seguro que se acordaba de todo". Otro guardia civil dijo "mira que bien habla". Llamaron a mi prima y le aconsejaron que me llevara al campo y que no volviera por el pueblo.
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Con mi prima estaba ya mi hermana Azucena. Dentro de la desgracia mis hermanas tuvieron suerte, ya que todas fueron recogidas por familiares.
(...)

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