martes, 3 de febrero de 2009

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[Dalia y Acracia. 1937]




Después de mucho andar llegamos hasta el peñón de San Cristóbal, por donde subimos y bajamos por una sendita hecha por cabras. Teníamos que pasar de uno en uno, con mucho cuidado, ya que por la izquierda había un precipicio. Llegamos a un pueblecito llamado Grazalema, donde aún no habían llegado las tropas de Franco. Un matrimonio del pueblo, sin hijos, nos dio de comer. A mi me dieron ropa y querían que me quedara con ellos.
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Al día siguiente salimos para Ronda. Al llegar nos dirigimos a la Casa del Pueblo, que estaba abarrotada de mujeres y niños. Se enteraron de quien era yo y me instalaron en una casa. Me dijeron que mi hermano Rafael había logrado escapar. A los compañeros del trágico viaje no los ví más hasta muchos años después.
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A los seis días partimos de Ronda por las montañas, comíamos lo que encontrábamos, sobre todo algarrobas. Llegamos a l población de San Pedro de Alcántara, situada al borde del mar, quedando totalmente sorprendida, ya que era la primera vez que lo veía. Continuamos hasta Málaga. Allí también me instalaron en una casa, frente a un cuartel que apenas tenía soldados. Llegó una muchacha, con dos hermanos, procedentes de la Línea de la Concepción (Cádiz). También esta muchacha se había cambiado el nombre, haciéndose llamar Acracia.
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Estando en Málaga me comunicaron la terrible noticia. Mi madre había sido detenida y asesinada. Por lo visto todo fue al poco tiempo de haberme despedido de ella. A mi hermano Rafael, que estaba en el frente, le dieron permiso para que viniera a verme y yo le di la mala noticia de la muerte de nuestra madre. Después volvió al frente, por la parte de Cádiz.
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Málaga era bombardeada todos los días, y no por bombas pequeñas. Los aviones eran alemanes. Un día del mes de febrero de 1.937 comenzaron a llegar las tropas de Franco. Salimos de allí cuando ya nos alcanzaban las balas. Éramos un grupo de diez o doce personas: Acracia y yo, que nos hicimos muy amigas, otra muchacha y hombres conocidos de Utrera y de El Coronil, entre ellos, dos hermanos, José Garrido "Pepe" y Francisco Garrido "Paco", con el que me casé años después, en Francia.
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La retirada de Málaga fue horrible. Estuvimos andando toda la noche, una noche oscura como la boca de un lobo, y oyendo constantemente gritos de madres llamando a sus hijos y de hijos llamando a sus madres, llantos por todas partes. Teníamos a nuestra derecha el mar y a nuestra izquierda las montañas, la carretera era bastante estrecha e iba llena de gente, como por un paseo. Al amanecer vimos un barco que se aproximaba a la orilla, y alguien dijo que era de los nuestros, pero empezó a cañonearnos al tiempo que apareció un avión que ametrallaba a la masa humana que nos encontrábamos indefensa en la carretera. No había dónde escapar, lo único que podíamos hacer era aplastarnos contra el suelo. Ví a hombres jóvenes sentados en la orilla, llorando, con los pies reventados, mujeres con niños cogidos a su pecho sin leche, una mujer muerta con su niña también muerta agarrada a su cuello. Una familia se había parado a descansar cerca de un arroyo, les cayó una bomba, y en el arroyo se veían bracitos y piernas de niños. Mil horrores.
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No podíamos parar porque sabíamos que venían detrás. Al barco no volvimos a verlo, pero los aviones no dejaban de ametrallarnos. Andábamos más de noche que de día, hasta llegar cerca de Motril (Granada) que estaba bombardeado, incluido el puente.
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Atravesamos un cañaveral de caña de azúcar, sembrado de cadáveres de personas y de los animales que llevaban los que iban huyendo. Del grupo que salimos juntos de Málaga no quedamos más de cinco. No volvimos a ver al resto, aunque no sabíamos que suerte habían corrido. Para llegar a Motril había que cruzar el río, ya que el puente estaba destruido. Nos metimos en el agua con decisión, pero a medida que avanzábamos había más profundidad y más corriente. El agua, que venía de la sierra de Granada, estaba helada. Se ahogó mucha gente, sobretodo mujeres y niños. A mi me sacaron dos compañeros.
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En Motril entramos a la casa de un matrimonio recién casado, que nos dijo que nos podíamos quedar allí, que ellos se irían a casa de sus padres. Apenas nos habíamos echado cuando oímos un griterío. Era gente que corría gritando "¡ya están aquí!" seguida de tiroteos. Ninguno de mis tres compañeros tenía armas, así que echamos también a correr. A los tres días llegamos a Almería, que estaba tranquila. Nos llevaron a un campamento llamado Viator, probablemente un cuartel. Allí éramos todos refugiados y había poca comida. Al poco tiempo llegaron los hermanos de mi amiga Acracia y después mi hermano Rafael, cuyo batallón había quedado cortado al atravesar las montañas. Llegó destrozado, con los pies reventados. Nos contó que de los mil hombres que eran se habían podido escapar unos cien.
(...)

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