sábado, 31 de enero de 2009

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[Dalia Peña (Romero) Luna]




El día 25 de julio comenzaron a caer bombas sobre Utrera. No eran muy grandes, pero lo suficiente como para sembrar el pánico. Al mismo tiempo por la carretera de Sevilla iban llegando las tropas Legionarias y Moras, acompañadas de voluntarios falangistas y requetés tirando y matando a todo lo que se movía. A medida que avanzaban, a los que iban cogiendo y que creían que no les pasaría nada, los metían en un corralón y cuando estuvo lleno los asesinaron a todos. No hubo resistencia alguna ¿Qué podía hacer el pueblo con cuatro escopetas? En el "Hospitalillo" había un joven de mi edad, y lo asesinaron contra la pared aquel mismo día.

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A medida que avanzaban las tropas fascistas, la gente corría hacia "Las Vegas", que mencioné antes, y que quedaron cubiertas de cadáveres. En una calle llamada El Arenal asesinaron a dos hermanos delante de sus padres, prohibiéndoles recoger los cuerpos, que quedaron allí tirados hasta que pasó el camión. Les decían "Los Vargas", eran gitanos de buena posición.

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Yo busqué un rincón en el "Hospitalillo" y estuve toda la noche durmiendo, pues hacía ocho días que no lo hacía. Por la mañana una de las señoritas me dijo que no podía seguir allí y que saliera con un pañuelo blanco en la mano, que una de ellas me dio. Salí a la Plaza y allí estaban las tropas que habían llegado por la carretera de Sevilla. Me dirigí a toda prisa a mi casa y cuando llegué lo encontré todo roto y una fotografía de mi padre cortada por la mitad. Entonces me dirigí al rancho, encontrando a mi madre sentada en el suelo, con la cabeza entre las manos y repitiendo "ay, qué cosa tan malita". También estaba mi hermano Alfonso, muerto de miedo.
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Del rancho nos fuimos a la hacienda de la que era capataz nuestro amigo Prío, pero nos dijo que allí no podíamos quedarnos porque estaban buscando por todas partes a "La Luna". Mis padres acordaron irse, pero yo dije que no me iba, que no dejaba a mis hermanos solos, que me cortaría el pelo y me pondría unas gafas para que no me reconocieran. Efectivamente me cortaron el pelo, que me llegaba a la cintura. Las lágrimas me corrían por la cara, pero no decía nada. Mientras tanto llegó un amigo para avisar que me fuera, que también a mí me buscaban y que habían dado una orden diciendo que quien tuviera a alguien oculto sufriría el mismo castigo.
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Salimos hacia el Palmar de Troya, donde ya habían quemado las tropas todas las chozas que encontraron. Nos unimos a dos hermanos jóvenes y otro hombre mayor y nos refugiamos juntos en una dehesa llamada Mescandella. Era un gran bosque lleno de toros bravos. Por allí había muchos ranchitos y yo salía por las noches con el hombre mayor a pedir algo de comida. Parecía un chiquillo con unos pantalones y una gorrilla que no recuerdo quién me la había dado. Aquel hombre siempre me presentaba como su hija y nos daban pan y un poco de queso. Una noche llegamos a un ranchito y nos encontramos una situación dramática. Había aparecido una "cuadrilla" que cogió a un niño de quince años propinándole una brutal paliza delante de sus padres para que dijera donde estaba su hermano. Él no lo sabía. Allí estaba, boca abajo, gimiendo, con la espalda marcada por los latigazos.

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[Francisco Peña, esposo de Carmen Luna]

Otra noche salimos a otro ranchito, como de costumbre, y nos dijeron que nos fuéramos porque sabían que estábamos allí y que no habían entrado por miedo, porque pensaban que teníamos armas. Pero que estaban preparando una batida con muchos hombres. Nosotros los vimos montados a caballo, en un cerro buscándonos. Eran pobres desgraciados del pueblo, escogidos como voluntarios para matar. Entre ellos pude reconocer al guardia rural apodado "El Polaco" y a un jovencito que trabajaba en una tienda que se encontraba en la calle Santa Clara, casi frente a la de Matamoros, que va hacia el castillo.
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Aquella noche decidimos irnos. Alguien nos indicó por dónde podíamos ganar los montes de Cádiz a Málaga. Mi padre estaba quebrado y no podía andar y mi madre dijo que ellos abandonaban. Yo lloraba abrazada a mi madre y decía que tampoco me iba, pero ella le dijo al hombre mayor "llévesela y cuide de mi niña como si fuera su hija". Me fui con el corazón destrozado. Sabía que no la vería más.

(...)










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