jueves, 15 de enero de 2009

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Detrás de nuestro rancho había unos olivares, propiedad de un hombre llamado Daniel que tenía una hacienda cuyo capataz, llamado Prío, era muy amigo de mis padres. Prío tenía muchas hijas y yo era amiga de una de ellas, de mi misma edad. El capataz nos daba permiso para echar a los cerdos en los olivares una vez recogida la aceituna y rebuscada la leña después de la poda de olivos. En medio del olivar había una laguna muy grande, que tenía agua casi todo el año.
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Cuando se secaba la hierba mi padre tenía también permiso del capataz para cortarla y con ella tapar los agujeros de nuestra choza en el rancho. Allí venían los sindicalistas a reunirse. Hablaban de la lucha contra el analfabetismo, para que el pueblo pudiera defenderse, pero nunca se habló de matar a nadie, ni a contrarios ni a patrones. Mi madre, mis hermanos y yo sólo escuchábamos.
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El guardia rural, "El Polaco", empezó a hacernos la vida imposible. Un día vio a mi padre segando el pasto en la laguna y le puso una multa, que mi padre se negó a pagar diciéndole que tenía permiso del capataz, pero "El Polaco" le dijo que si no pagaba iría a la cárcel. Efectivamente, mi padre pagó la multa con diez días de cárcel.
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A partir de entonces las cosas empeoraron. No podíamos salir del rancho para nada, a menudo teníamos allí a la Guardia Civil, aunque no nos hacían nada. Una vez durante una huelga, estuvo escondido en el rancho un sindicalista que venía huyendo de un pueblo llamado La Rinconada.
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No pudimos seguir en el campo, ya que no teníamos derecho a nada más que a la salida al camino. Tuvimos que trasladarnos al interior del pueblo donde mis padres habían comprado una casa con el dinero de la indemnización de mi hermano. En la casa no estábamos mejor, ya que ni siquiera tenía retrete. Mi madre hizo un agujero n el corral, que era muy grande, y allí hacíamos nuestras necesidades. Mi hermano mayor, Alfonso, a pesar de que había quedado discapacitado, era muy inteligente, muy gracioso y simpático y se ganaba a todas las personas que trataban con él. Mi madre tenia locura por él, y a veces los demás le reprochábamos que le quería a él más, aunque ella decía que nos quería a todos por igual, pero que era muy triste verlo así, y le daba mucha pena.
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Yo entré a trabajar, con dieciséis años, y aunque ni mi madre ni mis hermanos querían, a una fábrica de aceitunas llamada "Fábrica Luque". Allí estuve tres temporadas, pues cuando llegaba la recolección de la aceituna paraba.
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En abril-mayo de 1.936 hubo una huelga. Las empleadas de la "Fábrica Luque" se quedaban a dormir dentro de dicha fábrica. Yo no estaba porque me había accidentado, era deshuesadora y el calvo de la máquina de deshuesar aceitunas me había atravesado un dedo, pero fui a la fábrica a llevarles mantas. También fui con otra compañera a una farmacia que había en la calle de la Plaza a decirle a la sirvienta que estábamos en huelga y que tenía que salir. No empleamos ninguna violencia. Mi compañera fue asesinada después. Teníamos la misma edad.
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El 18 de julio de 1.936, estando yo aún acostada, oímos un tiroteo, Mi madre dijo "¡ay, mis hijos!". Me levanté y fui corriendo a la plaza, el lugar habitual de paseo. Estaba desierta. Los señoritos habían tirado* desde el Casino, matando a dos obreros. La Guardia Civil no estaría muy lejos, alguien tiró, matando a un guardia, que recogieron, y en ocho días no volvieron a salir del cuartel.
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Esa noche fue muy tranquila, yo la pasé en el Sindicato. Nadie sabía qué pasaba. Los capitalistas y el Clero sí que sabían lo de la sublevación en Marruecos. Al día siguiente la mayoría de las casas de los señoritos estaban vacías. Yo estuve en una de ellas, acompañando a los del Comité de la CNT. Vi encima de una cómoda una polvera con una brocha muy fina para ponerse polvos en la cara y dije que me la iba a llevar. Me dijeron que no, que allí no se tocaba nada ni se llevaba nadie nada. Aquel mismo día mi madre cogió a sus hijos y se fue al rancho. No actuó para nada en los ocho días que Utrera estuvo bajo el control del pueblo. Yo me fui a lo que llamaban el "Hospitalillo", para ponerme al servicio de los heridos.
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Un señorito llamado Cristóbal Romero y famoso en Utrera por su desprecio hacia los trabajadores, el día 19-20 de julio se colocó en el balcón de su casa, junto a su dos hijos, y se pusieron a tirar contra todos los que pasaban por la calle. Los obreros viendo la situación optaron por asaltar la casa. En el enfrentamiento cayeron abatidos el padre y los dos hijos. Y los vi porque sus cuerpos los trajeron al "Hospitalillo". El padre, que era el culpable, aún estaba vivo. En el "Hospitalillo" estaban refugiadas la mayoría de las señoritas de Utrera. Nadie se metió con ellas.
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En los días siguientes el administrador de unas tierras llamadas "Las Vegas" y que aquel tiempo sembraban de algodón, se resistió cuando los obreros fueron a por él para meterle en la cárcel. En el enfrentamiento cayó muerto. Esto ocurrió en una de las casas que había frente al "Hospitalillo". Yo recogí la sangre. En las tierras de "Las Vegas" trabajaban muchas mujeres, donde su capataz era famoso porque montado en su caballo las trataba a latigazos.

(...)


[*tirado: disparado]

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