martes, 17 de marzo de 2009
viernes, 20 de febrero de 2009
Mi amiga y yo nos quedamos allí ocho o nueve días, hasta que llegó un camión con víveres, de un pueblo de Valencia. Los dos hombres mayores que lo traían se ofrecieron a llevar a Valencia a quien quisiera. Nuestros hermanos nos aconsejaron que nos fuéramos, y así lo hicimos, con otra mujer y sus dos hijos.
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La guerra terminó para nosotras por lo menos en primer plano. Nos acogieron en una casa en Señera, donde estuvimos hasta el final de la guerra. En el pueblo no había hombres mayores de 25 años. El cura, vestido de paisano, trabajaba en el campo, como los demás, pues casi todos tenían su casita y su huerta. Casi todos eran familiares. Aunque había algunos de derechas no se hacían diferencias. Las jóvenes nos reuníamos sin diferencia de clases. En el tiempo de las naranjas íbamos a recogerlas y después a empapelar al almacén.
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Por entonces en Señera reclutaron a la que llamaban "La quinta del biberón", porque eran todos niños. Parece que los estoy viendo, subidos a un camión y todo el pueblo llorando. No quedó más que uno que por no tener padre era el cabeza de familia. En cuanto a mí, quisieron que formara parte del Comité de los socialistas, pro no acepté.
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Al Batallón de mi hermano Rafael y de los compañeros de nuestra retirada de Málaga lo llevaron a Madrid y después a Teruel, donde pasaron un invierno terrible de grandes nevadas. En las trincheras se les helaba los pies y las manos. A mi hermano le dieron una semana e permiso para verme. Lo encontré hecho un hombre, rubio,muy guapo, con una camisa blanca y un pantalón azul. Yo lo miraba y lloraba, como si tuviera el presentimiento de que no lo iba a ver más. Poco tiempo después recibí la noticia de que había muerto de un cañonazo. Nisiquiera sé si lo pudieron enterrar.
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martes, 3 de febrero de 2009
[Dalia y Acracia. 1937]
sábado, 31 de enero de 2009
[Dalia Peña (Romero) Luna]
El día 25 de julio comenzaron a caer bombas sobre Utrera. No eran muy grandes, pero lo suficiente como para sembrar el pánico. Al mismo tiempo por la carretera de Sevilla iban llegando las tropas Legionarias y Moras, acompañadas de voluntarios falangistas y requetés tirando y matando a todo lo que se movía. A medida que avanzaban, a los que iban cogiendo y que creían que no les pasaría nada, los metían en un corralón y cuando estuvo lleno los asesinaron a todos. No hubo resistencia alguna ¿Qué podía hacer el pueblo con cuatro escopetas? En el "Hospitalillo" había un joven de mi edad, y lo asesinaron contra la pared aquel mismo día.
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A medida que avanzaban las tropas fascistas, la gente corría hacia "Las Vegas", que mencioné antes, y que quedaron cubiertas de cadáveres. En una calle llamada El Arenal asesinaron a dos hermanos delante de sus padres, prohibiéndoles recoger los cuerpos, que quedaron allí tirados hasta que pasó el camión. Les decían "Los Vargas", eran gitanos de buena posición.
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Yo busqué un rincón en el "Hospitalillo" y estuve toda la noche durmiendo, pues hacía ocho días que no lo hacía. Por la mañana una de las señoritas me dijo que no podía seguir allí y que saliera con un pañuelo blanco en la mano, que una de ellas me dio. Salí a la Plaza y allí estaban las tropas que habían llegado por la carretera de Sevilla. Me dirigí a toda prisa a mi casa y cuando llegué lo encontré todo roto y una fotografía de mi padre cortada por la mitad. Entonces me dirigí al rancho, encontrando a mi madre sentada en el suelo, con la cabeza entre las manos y repitiendo "ay, qué cosa tan malita". También estaba mi hermano Alfonso, muerto de miedo.
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Del rancho nos fuimos a la hacienda de la que era capataz nuestro amigo Prío, pero nos dijo que allí no podíamos quedarnos porque estaban buscando por todas partes a "La Luna". Mis padres acordaron irse, pero yo dije que no me iba, que no dejaba a mis hermanos solos, que me cortaría el pelo y me pondría unas gafas para que no me reconocieran. Efectivamente me cortaron el pelo, que me llegaba a la cintura. Las lágrimas me corrían por la cara, pero no decía nada. Mientras tanto llegó un amigo para avisar que me fuera, que también a mí me buscaban y que habían dado una orden diciendo que quien tuviera a alguien oculto sufriría el mismo castigo.
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Salimos hacia el Palmar de Troya, donde ya habían quemado las tropas todas las chozas que encontraron. Nos unimos a dos hermanos jóvenes y otro hombre mayor y nos refugiamos juntos en una dehesa llamada Mescandella. Era un gran bosque lleno de toros bravos. Por allí había muchos ranchitos y yo salía por las noches con el hombre mayor a pedir algo de comida. Parecía un chiquillo con unos pantalones y una gorrilla que no recuerdo quién me la había dado. Aquel hombre siempre me presentaba como su hija y nos daban pan y un poco de queso. Una noche llegamos a un ranchito y nos encontramos una situación dramática. Había aparecido una "cuadrilla" que cogió a un niño de quince años propinándole una brutal paliza delante de sus padres para que dijera donde estaba su hermano. Él no lo sabía. Allí estaba, boca abajo, gimiendo, con la espalda marcada por los latigazos.
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[Francisco Peña, esposo de Carmen Luna]
Otra noche salimos a otro ranchito, como de costumbre, y nos dijeron que nos fuéramos porque sabían que estábamos allí y que no habían entrado por miedo, porque pensaban que teníamos armas. Pero que estaban preparando una batida con muchos hombres. Nosotros los vimos montados a caballo, en un cerro buscándonos. Eran pobres desgraciados del pueblo, escogidos como voluntarios para matar. Entre ellos pude reconocer al guardia rural apodado "El Polaco" y a un jovencito que trabajaba en una tienda que se encontraba en la calle Santa Clara, casi frente a la de Matamoros, que va hacia el castillo.
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Aquella noche decidimos irnos. Alguien nos indicó por dónde podíamos ganar los montes de Cádiz a Málaga. Mi padre estaba quebrado y no podía andar y mi madre dijo que ellos abandonaban. Yo lloraba abrazada a mi madre y decía que tampoco me iba, pero ella le dijo al hombre mayor "llévesela y cuide de mi niña como si fuera su hija". Me fui con el corazón destrozado. Sabía que no la vería más.
(...)
jueves, 15 de enero de 2009
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Cuando se secaba la hierba mi padre tenía también permiso del capataz para cortarla y con ella tapar los agujeros de nuestra choza en el rancho. Allí venían los sindicalistas a reunirse. Hablaban de la lucha contra el analfabetismo, para que el pueblo pudiera defenderse, pero nunca se habló de matar a nadie, ni a contrarios ni a patrones. Mi madre, mis hermanos y yo sólo escuchábamos.
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El guardia rural, "El Polaco", empezó a hacernos la vida imposible. Un día vio a mi padre segando el pasto en la laguna y le puso una multa, que mi padre se negó a pagar diciéndole que tenía permiso del capataz, pero "El Polaco" le dijo que si no pagaba iría a la cárcel. Efectivamente, mi padre pagó la multa con diez días de cárcel.
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A partir de entonces las cosas empeoraron. No podíamos salir del rancho para nada, a menudo teníamos allí a la Guardia Civil, aunque no nos hacían nada. Una vez durante una huelga, estuvo escondido en el rancho un sindicalista que venía huyendo de un pueblo llamado La Rinconada.
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No pudimos seguir en el campo, ya que no teníamos derecho a nada más que a la salida al camino. Tuvimos que trasladarnos al interior del pueblo donde mis padres habían comprado una casa con el dinero de la indemnización de mi hermano. En la casa no estábamos mejor, ya que ni siquiera tenía retrete. Mi madre hizo un agujero n el corral, que era muy grande, y allí hacíamos nuestras necesidades. Mi hermano mayor, Alfonso, a pesar de que había quedado discapacitado, era muy inteligente, muy gracioso y simpático y se ganaba a todas las personas que trataban con él. Mi madre tenia locura por él, y a veces los demás le reprochábamos que le quería a él más, aunque ella decía que nos quería a todos por igual, pero que era muy triste verlo así, y le daba mucha pena.
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Yo entré a trabajar, con dieciséis años, y aunque ni mi madre ni mis hermanos querían, a una fábrica de aceitunas llamada "Fábrica Luque". Allí estuve tres temporadas, pues cuando llegaba la recolección de la aceituna paraba.
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En abril-mayo de 1.936 hubo una huelga. Las empleadas de la "Fábrica Luque" se quedaban a dormir dentro de dicha fábrica. Yo no estaba porque me había accidentado, era deshuesadora y el calvo de la máquina de deshuesar aceitunas me había atravesado un dedo, pero fui a la fábrica a llevarles mantas. También fui con otra compañera a una farmacia que había en la calle de la Plaza a decirle a la sirvienta que estábamos en huelga y que tenía que salir. No empleamos ninguna violencia. Mi compañera fue asesinada después. Teníamos la misma edad.
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El 18 de julio de 1.936, estando yo aún acostada, oímos un tiroteo, Mi madre dijo "¡ay, mis hijos!". Me levanté y fui corriendo a la plaza, el lugar habitual de paseo. Estaba desierta. Los señoritos habían tirado* desde el Casino, matando a dos obreros. La Guardia Civil no estaría muy lejos, alguien tiró, matando a un guardia, que recogieron, y en ocho días no volvieron a salir del cuartel.
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Esa noche fue muy tranquila, yo la pasé en el Sindicato. Nadie sabía qué pasaba. Los capitalistas y el Clero sí que sabían lo de la sublevación en Marruecos. Al día siguiente la mayoría de las casas de los señoritos estaban vacías. Yo estuve en una de ellas, acompañando a los del Comité de la CNT. Vi encima de una cómoda una polvera con una brocha muy fina para ponerse polvos en la cara y dije que me la iba a llevar. Me dijeron que no, que allí no se tocaba nada ni se llevaba nadie nada. Aquel mismo día mi madre cogió a sus hijos y se fue al rancho. No actuó para nada en los ocho días que Utrera estuvo bajo el control del pueblo. Yo me fui a lo que llamaban el "Hospitalillo", para ponerme al servicio de los heridos.
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Un señorito llamado Cristóbal Romero y famoso en Utrera por su desprecio hacia los trabajadores, el día 19-20 de julio se colocó en el balcón de su casa, junto a su dos hijos, y se pusieron a tirar contra todos los que pasaban por la calle. Los obreros viendo la situación optaron por asaltar la casa. En el enfrentamiento cayeron abatidos el padre y los dos hijos. Y los vi porque sus cuerpos los trajeron al "Hospitalillo". El padre, que era el culpable, aún estaba vivo. En el "Hospitalillo" estaban refugiadas la mayoría de las señoritas de Utrera. Nadie se metió con ellas.
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En los días siguientes el administrador de unas tierras llamadas "Las Vegas" y que aquel tiempo sembraban de algodón, se resistió cuando los obreros fueron a por él para meterle en la cárcel. En el enfrentamiento cayó muerto. Esto ocurrió en una de las casas que había frente al "Hospitalillo". Yo recogí la sangre. En las tierras de "Las Vegas" trabajaban muchas mujeres, donde su capataz era famoso porque montado en su caballo las trataba a latigazos.
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[*tirado: disparado]
miércoles, 14 de enero de 2009
ReKuperando nuestra memoria históriKa
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CARMEN LUNA (1.888 - 1.936)
(POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS)
Éramos nueve hermanos, los tres mayores: Alfonso, Rafael y yo Dalia éramos hijos del primer matrimonio de mi madre, apellidados Romero Luna. Los seis mas pequeños, Azuzena, hoy Dolores, Camelia después llamada Carmen, Violeta hoy Rosario, Germinal, hoy Francisco, Progreso, hoy José y Libertad luego llamada Josefa eran hijos del segundo matrimonio de mi madre con Francisco Peña, jornalero campesino que era muy bueno y trabajador. Yo le llamaba ''Sisco'', ya que mi madre nuca nos obligó a llamarle padre.
Vivíamos en Utrera, provincia de Sevilla. Mi madre, que vendía frutas y verduras en la Plaza de Abastos, era la que nos traía las noticias. Vivíamos en una choza, en la mayor pobreza, aunque nunca nos acostábamos sin comer, pues nuestra madre revolvía cielo y tierra para traer algo a casa. Iba a sevilla tres veces por semana, a la plaza de la Encarnación, para comprar alimentos que revendía en Utrera y así sacar unas perras para darnos de comer.